Actualmente se habla mucho de vivir nuestra vida de fe como una “Iglesia en salida”. Es un concepto acentuado por el Papa Francisco en su exhortación “Evangelii Gaudium”. En este sentido, es importante no perder de vista lo que es fundamental en este tiempo. La iglesia nos invita a detenernos un momento, apartarnos de las distracciones del día a día y hacerle frente a un mundo tan artificial para preparar un espacio en nuestro corazón, para recibir a Cristo. Nuestro Dios viene porque Él es un “Dios en salida”, es un Dios de iniciativa que nos invita a caminar con él.
Los textos bíblicos en la liturgia son todos en salida. En esta dirección nos sugieren nuevas formas de vivir a partir de una seria conversión, volcándonos a un anuncio de la Buena Nueva de libertad, justicia y fraternidad. Con ello, alcanzamos la periferia de los más frágiles, los olvidados, los excluidos y los pobres de nuestro tiempo. El pueblo creyente que pone su confianza en Dios se llena de esperanza: siente y vive la cercanía con Jesús. Dios, nuestro Padre, nos muestra su reino donde todas y todos, incluidas cada belleza de su creación, estamos rodeados de su amor.
San Pablo nos habla de la salida del Dios de Jesús, de sí mismo hacia nosotros: "Él, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor.
Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz." Fil 2, 6-8. La humanidad es una de las periferias urgentes donde Jesús llega para reinar como servidor: alguien que está al servicio de los demás.
Este salir de sí mismo que realiza el Dios de Jesús, inaugura los “nuevos cielos y la nueva tierra” como nos anticipa el profeta Isaías: "El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro Santo, pues, como llenan las aguas el mar, se llenará la tierra del conocimiento de Yavé." Is. 11, 6-9. Es la vida nueva en toda su plenitud que trasciende a toda la creación.
Además, esta acción de salir de sí mismo es motivo de consuelo para el que sufre y para la creación muerta: "Que se alegren el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera. Robustezcan las manos débiles y afirmen las rodillas que se doblan. Entonces los ojos de los ciegos se despegarán, y los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como cabritos y la lengua de los mudos gritará de alegría. Porque en el desierto brotarán chorros de agua, que correrán como ríos por la superficie.
Llegarán a Sión dando gritos de alegría, y con una dicha eterna reflejada en sus rostros; la alegría y la felicidad los acompañarán y ya no tendrán más pena ni tristeza." Is. 35, 1-10
Si Dios como Padre nos enseña que es un Dios en salida, esto no puede ser obviado por un cristiano.
P. Gabriel Rojas